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Ministro de la Nueva Alianza:

Janeiro 30, 2010

Hoy quiero tratar un aspecto que ciertamente es muy importante y central en lo que hace al sacerdocio católico, y es el hecho de que somos constituidos ministros de la Nueva Alianza.

    Es el mismo San Pablo el que lo dice: «Nos capacitó para ser ministros de una nueva alianza, no de letra, sino de Espíritu; porque la letra mata, mas el Espíritu vivifica». En la Vulgata aparece también con toda claridad: «idóneos nos fecit ministros Novi Testamenti» (2 Co 3, 6).

    ¿Y qué significa ser ministro de la Nueva Alianza? Significa muchas cosas, todas importantes, y todas complementarias, y cada una hace a la integridad de ese misterio que es ser ministro de la Nueva Alianza.

    1. En primer lugar, ser ministro de la Nueva Alianza significa darle la primacía en todo a Jesucristo.

    Como dice Santo Tomás en un artículo donde se pregunta si los efectos del sacerdocio le han tocado a Jesucristo, a lo que responde primeramente recordando que lo principal en todo orden, a quien se le atribuye todo lo que le pertenece a ese orden, lo tiene por sí, no lo recibe en sí mismo, así como el sol ilumina y no es iluminado, así como el fuego da calor y no es calentado y añade: «Cristo es la fuente de todo sacerdocio (fons totius sacerdotii), pues el sacerdote de la Antigua Ley no era más que una figura de Cristo, mientras que el sacerdote de la Nueva Ley (sacerdos novae legis) obra en su persona, según aquello de San Pablo en 2 Co 2, 10: «A quien algo perdonáis, yo también; puesto caso que lo que yo he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros ha sido, en persona de Cristo».1 Según la Vulgata, «in persona Christi»; en el texto griego: e)n prwso/p% (en prosópo).

    Eso es lo que caracteriza ser ministro de la Nueva Alianza en contraposición a lo que era el ministro en la Antigua Alianza. El ministro de la Antigua Alianza no obraba «en persona de Cristo», era figura, pero no era la realidad. Y así –como dice San Ireneo– «por las cosas secundarias Dios llama a las principales; por las figuradas a las verdaderas; por las temporales a las eternas; por las carnales a las espirituales; por las terrenales a las celestiales».2

    Por eso la gran diferencia que va a haber entre el sacerdocio de la Nueva Alianza y el sacerdocio de la Antigua, radica en que la ley antigua es secundaria, es figurada, es temporal, es carnal, es terrenal, mientras que la Nueva es principal, es verdadera, es eterna, es espiritual, es celestial. Somos sacerdos novi legis; somos sacerdotes de la Nueva Ley, «ministros de la Nueva Alianza».

    2. Ser ministros de la Nueva Alianza significa ser dócil al Espíritu Santo que mora en nosotros.

    La Nueva Ley consiste, principalmente, en que es infusa; no está escrita en tablas de piedra, está escrita en nuestros corazones.

    ¿Qué es esa infusión de la Nueva Ley? Lo dice San Pablo:

– «El amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones por el Espíritu Santo que se os ha dado» (Rm 5, 5). Es el amor, es la caridad.

– Es también la fe: «Es la fe que actúa por medio de la caridad» (Gál 5, 6).

    Y acá tenemos –observemos– el amor de Dios, el Espíritu Santo que es el que infunde eso en nuestros corazones, la Santísima Trinidad; y tenemos las tres virtudes teologales, la fe y la caridad, y evidentemente si está la fe y la caridad, tiene que estar lo que llamaba Claudel la petit espérance, aquella que va de la mano de sus dos hermanas mayores, la fe y la caridad.

    Ministro de la Nueva Alianza, por tanto, es aquel que vive de la fe, y recordemos que «la pureza de la fe, como dice Don Orione, es cosa tan preciosa que se ha de anteponer a cualquier otra pureza».3 Ministro de la Nueva Alianza es el que vive de la esperanza. Ministro de la Nueva Alianza es el que vive de la caridad.

    3. Por tanto, ser ministros de la Nueva Alianza significa vivir según su realidad infusa. Lo más importante es la gracia, la absoluta necesidad de la gracia. La gran enseñanza de la Doctora de la Iglesia, Teresita del Niño Jesús, es la absoluta necesidad de la gracia. La primacía, por tanto, de lo interior, de lo espiritual. No solamente en lo que hace a la vida de oración sino en lo que hace al gobierno de las comunidades, porque lo meramente externo mata, la letra mata, es el Espíritu el que da vida, es el Espíritu el que da la libertad, la libertad que debemos vivir porque la Ley Nueva que debemos vivir es «Ley de libertad» (St 1, 25; 2, 12) , «porque allí donde está el Espíritu Santo allí está la libertad» (2 Co 3, 17).

    Eso significa que debemos tener cuidado de no carnalizar la religión. El gran drama de estos tiempos, a mi modo de ver, es una especie de judaización del clero, es decir, la falta de visión sobrenatural, la falta de visión espiritual, se trata de una vuelta al Antiguo Testamento. Como hemos visto hasta el cansancio y a tantos sólo preocupados por lo temporal.

    Es una carnalización de la religión. Por eso desprecian los consejos de perfección, por eso obstaculizan las vocaciones porque ellos mismos como consagrados son infelices. Pasa, también, con la inteligencia de la Sagrada Escritura, donde se destroza el sentido sobrenatural, incluso se destroza el mismo sentido histórico. Así pasa con la inteligencia de los signos de los tiempos. Se pasaron hablando de los signos de los tiempos y que todo iba mejor, y que todo… ¡Así estamos! Los seminarios siguen vacíos.

    Se ve la carnalización del cristianismo en la pastoral, cuando se da más importancia a lo exterior que al espíritu; y por eso la importancia que tiene en cierta clerecía aquel «poderoso caballero, Don Dinero». Cuando con todo se ve no sub specie  aeternitatis, sino sub specie mammona iniquitatis, se está carnalizando la pastoral.

    4. Ser ministro de la Nueva Alianza significa tener un corazón universal, porque la Alianza Antigua era una cosa particular, era para un pueblo nada más. La Nueva Alianza es universal, abarca todos los hombres, todas las mujeres, de todos los tiempos, de todas las culturas. Por eso, ministro de la Nueva Alianza es lo más contrario a la mentalidad de «kiosquito». El ministro de la Nueva Alianza no debe encerrarse sólo en su propia diócesis, ni en su Patria: hay que tener «solicitud por todas las Iglesias» (2 Co 11, 28).

    5. Significa entender que uno es ministro de una Alianza eterna. La Antigua fue temporal, fue dada por un tiempo, era figura; ésta es eterna, no hay que esperar otra. Por eso no hay que caer en las miles formas que toma la desviación del joaquinismo que, de una manera u otra, como pasa ahora con la cercanía del tercer milenio, están creyendo que ha de venir otra Alianza, ¡y algunos la profetizan! ¡No!, la Alianza es eterna y sigue siendo Nueva! Por eso el ministro de la Nueva Alianza de manera particular se ve en la Misa, que es donde transubstancia «la sangre de la Alianza Nueva» (Lc 22, 20; 1 Co 11, 25), «la sangre de una Alianza eterna» (Hb 13, 20), es decir, que no pasa.

    6. Significa que uno está obrando con realidades, no con figuras como en el Antiguo Testamento; por tanto hay que dejar de lado toda cosa meramente exterior, y no caer en fariseísmo. Hay que dejar de lado el formalismo que presenta algo desde afuera pero privado de lo substancial, que es lo de adentro.

    7. Significa que uno debe tratar de la salvación de todos los hombres. La Antigua Alianza no justificaba, no salvaba; la Nueva Alianza justifica y salva, y justifica y salva por lo que tiene de principal, que es lo infuso, que es el Espíritu Santo que se nos ha dado.

    8. Significa que uno es consciente de que el ministerio que realiza concierne directamente al fin último del hombre y de la mujer, porque la Nueva Alianza conduce al fin, tiene los medios dados por Dios para que los hombres puedan llegar al fin último.

    9. Significa que somos testigos de la Ley de hijos, que es Ley de amor, no de la Ley de siervos. A pesar de nuestros pecados nosotros somos ministros de la Nueva Alianza. Dice hermosamente San Asterio de Amasea: «Imitemos el estilo del Señor en su manera de apacentar; meditemos los evangelios y, viendo en ellos, como en un espejo, su ejemplo de diligencia y benignidad, aprendamos a fondo estas virtudes».4 Diligencia…, benignidad… El mismo santo hace una  descripción muy hermosa de la parábola de la oveja perdida, y una aplicación realmente espléndida: «En ellos, en efecto, encontramos descrito, con un lenguaje parabólico y misterioso, a un hombre, pastor de cien ovejas, el cual, cuando una de las cien se separó del rebaño e iba errando descarriada –miren qué descripción–, no se quedo con las demás que continuaban paciendo ordenadamente, sino que se marchó a buscar a la descarriada, atravesando valles y desfiladeros, subiendo montes altos y escarpados, pasando por desiertos, y así le fue siguiendo la pista con gran fatiga, hasta que la halló errante.

    Una vez hallada, no le dio de azotes, ni la hizo volver con prisa y a empujones al rebaño, sino que la cargó sobre sus hombros y, tratándola suavemente, la llevó al rebaño, con una alegría mayor por aquella sola que había encontrado que por la muchedumbre de las demás. Reflexionemos sobre el significado de este hecho, envuelto en la oscuridad de una semejanza. Esta oveja y este pastor no significan simplemente una oveja y un pastor cualquiera sino algo más profundo.

    En estos ejemplos se esconde una enseñanza sagrada. En ellos se nos advierte que no tengamos nunca a nadie por perdido sin remedio y que, cuando alguien se halle en peligro, no seamos negligentes o remisos en prestarle ayuda, sino que a los que se han desviado de la recta conducta los volvamos al buen camino, nos alegremos de su vuelta y los agreguemos a la muchedumbre de los que viven recta y piadosamente».5

    ¡Ése es el ministro de la Nueva Alianza! No es aquel que sólo da palos a las ovejas, es aquel que da la vida por las ovejas. Ésta es la gran enseñanza: ¡No tengamos nunca a nadie por perdido sin remedio! ¡Somos ministros de la Nueva Alianza!

    10. Y, por último, significa que es para nosotros de importancia fundamental no ser solamente externamente buenos sino que debemos ser, sobre todo, internamente buenos, dándole así la primacía a lo que es central de la Ley Nueva que es infusa. La Nueva Alianza no cohibe sólo los actos externos malos, sino, además, cohibe los actos internos malos: «…todo el que se irrita con su hermano, será reo de juicio… todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón… no juréis… si alguno te abofetea en la mejilla derecha… dale también la otra… amad a vuestros enemigos, orad por los que os persiguen…» (Mt 5, 22.28.34.39.44).

    Pidámosle a la Santísima Virgen, por nosotros, por todos los sacerdotes de nuestro Instituto, por todos los sacerdotes del mundo, para que nunca nos olvidemos de esa cosa realmente grande, que es ser ministros de la Nueva Alianza, esa Alianza que selló Jesús con su sangre en la cruz.

    Se lo pedimos a la Virgen.

 NOTAS:

(1) S. Th. 3, 22, 4 c.

(2) San Ireneo, citado en la Liturgia de las Horas,  t. III, p. 168; t. II, p. 152.

(3) Cartas selectas, p. 160.

(4) Liturgia de las Horas, t. 2, p. 94.

(5) Ibíd., p. 94-95.